La paradoja de la envidia en los ambientes cristianos
Hace poco, el célebre violonchelista Yo-Yo Ma mencionaba cómo ha tenido la oportunidad de colaborar con grandes artistas como Andrea Bocelli, Lang Lang, Luciano Pavarotti e Itzhak Perlman, construyendo un legado artístico colectivo y enriqueciendo sus respectivas disciplinas. Sin embargo, en los ambientes cristianos, muchas veces ocurre lo opuesto: cuando alguien ve que estás creciendo, en lugar de apoyarte o celebrar tu éxito, intenta desmeritar lo que haces o desacreditarte.
Un ejemplo reciente es cuando elogié públicamente el trabajo de Carlos Sierra Carlos Sierra, un profesional cuyo enfoque me pareció interesante. Recomendé sus entrevistas en diversos programas nacionales, como el conocido "Recetario" del grupo Alofoke, sin siquiera conocerlo personalmente, pero reconociendo la calidad de su labor. Inmediatamente, algunas personas comenzaron a atacarlo a él y a mí, insinuando que estábamos desactualizados o que solo leíamos a autores como Antonio Piñero o Bart D. Ehrman. Lo curioso es que estas críticas provienen de personas que no me conocen, que nunca han compartido una conversación conmigo, pero que no dudan en emitir juicios sobre mi trabajo o mis intenciones.
He dicho esto en varias ocasiones y lo reitero: en los ambientes cristianos, muchas veces hay más rencor y envidia que fuera de ellos. Algunas personas que solo tienen relevancia dentro de sus pequeños círculos se ven consumidas por la amargura cuando ven que alguien más, que no son ellos, logra generar interés y admiración fuera de ese espacio reducido. Esas mismas personas, a pesar de presumir sus títulos y logros, no consiguen despertar entusiasmo más allá de su círculo inmediato.
Mi experiencia fuera de los ambientes cristianos ha sido radicalmente diferente. Recuerdo que, a raíz de uno de mis podcasts sobre tecnología, fui invitado a colaborar con una empresa. En ese contexto, conocí personas maravillosas y formé amistades extraordinarias, algo que rara vez he experimentado en los ambientes cristianos al intentar innovar o recibir reconocimiento.
Sin embargo, debo reconocer que no todo es negativo. En mi labor como maestro de idiomas bíblicos, he tenido la fortuna de conocer a personas valiosas y generosas que representan la excepción a esta norma. Aun así, estas experiencias positivas contrastan con una realidad general que es difícil ignorar: la envidia y el rencor, lamentablemente, parecen encontrar más terreno fértil en ciertos espacios donde, irónicamente, se proclaman valores de unidad y amor al prójimo.
La verdadera transformación no vendrá de discursos grandilocuentes, sino de una disposición genuina a celebrar los logros de los demás y colaborar en lugar de competir. Este es un desafío que los ambientes cristianos deben afrontar si desean ser verdaderos reflejos de los principios que predican.
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