Irán: el origen del bien y el mal | Pedro Lara

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Irán: el origen del bien y el mal | Pedro Lara

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Pedro Lara

Lo que es hoy Irán, fue parte de un imperio de dimensiones extraordinarias, el Imperio Persa, también conocido como el Imperio aqueménida, el cual fue uno de los imperios más grandes y poderosos de la antigüedad. 

El Imperio aqueménida ee extendió desde aproximadamente el año 550 a.C. hasta su conquista por Alejandro Magno en el 330 a.C. Este imperio fue fundado por  Ciro II, conocido como Ciro el Grande, y abarcó un vasto territorio que se extendía desde el Mediterráneo hasta el río Indo, incluyendo partes de lo que hoy son Irán, Irak, Turquía, Egipto, el Levante, Asia Central y parte de la India.


El Imperio aqueménida comenzó con Ciro el Grande, quien derrocó al Imperio Medo en 550 a.C. y luego conquistó el Imperio babilónico, Lidia, y las ciudades-estado griegas de Asia Menor, entre otros territorios. Fue conocido no solo por sus conquistas militares, sino también por su habilidad administrativa y su política de tolerancia hacia los pueblos conquistados. 

Ciro fue visto como un libertador en Babilonia y es recordado por haber permitido que los judíos, que habían sido exiliados por los babilonios, regresaran a Jerusalén y reconstruyeran su templo (un evento registrado en la Biblia).

Además de Ciro el Grande, otros gobernantes clave del Imperio Persa fueron:

   - Cambises II (hijo de Ciro), que conquistó Egipto.

   - Darío I (Darío el Grande), quien reorganizó el imperio en provincias o satrapías, construyó una red de caminos para mejorar la comunicación y consolidó la administración. También fue durante su reinado que comenzó la construcción de Persépolis, la monumental capital del imperio.

   - Jerjes I, quien es conocido por su invasión de Grecia en las Guerras Médicas, que incluyó batallas famosas como la de las Termópilas y Salamina.


Una de las claves del éxito del Imperio Persa fue su administración descentralizada. El imperio estaba dividido en provincias llamadas satrapías, cada una gobernada por un sátrapa, que actuaba como gobernador regional. Aunque los sátrapas tenían considerable autonomía, estaban sujetos a la autoridad del emperador persa y supervisados por inspectores imperiales llamados "los ojos y oídos del rey" para evitar abusos de poder.

El Imperio Persa fue famoso por su red de caminos, especialmente el Camino Real, que conectaba las principales ciudades del imperio, facilitando el comercio, la administración y el movimiento de tropas. Estos caminos permitían un sistema de correos eficiente, en el que los mensajeros podían recorrer grandes distancias rápidamente, una innovación crucial para un imperio de tal tamaño.


Uno de las grandes conceptos que heredamos de Persia es el zoroastrismo, una de las primeras religiones monoteístas conocidas, se desarrolló en Persia y tuvo una influencia significativa en el imperio, aunque los persas eran relativamente tolerantes con otras religiones. 

Los gobernantes persas no imponían su fe sobre los pueblos conquistados, lo que contribuyó a la estabilidad del imperio. Ciro el Grande, por ejemplo, es conocido por su tolerancia religiosa y cultural, permitiendo a los judíos y otros pueblos vivir de acuerdo con sus costumbres y religiones.

Aunque antes del zoroastrismo existieron varias culturas antiguas que tenían conceptos sobre el bien y el mal, estos no siempre se estructuraban como un dualismo rígido. Las nociones de orden (bien) y caos (mal) o fuerzas opuestas se pueden rastrear en diversas mitologías y religiones del mundo antiguo. Aquí  algunos ejemplos:

Sumerios y babilonios

En la antigua Mesopotamia, los sumerios y babilonios tenían mitologías en las que los dioses representaban tanto aspectos positivos como negativos del mundo. No había una clara distinción entre "bien" y "mal" como en las tradiciones posteriores, pero sí existía la idea de un orden cósmico que debía mantenerse. Los dioses como Marduk (dios babilonio) luchaban contra fuerzas del caos, como Tiamat, una diosa que representaba el desorden primordial. La victoria del orden sobre el caos era un tema central, lo que refleja una forma temprana de esta lucha entre fuerzas opuestas, aunque no necesariamente como un conflicto moral.

Egipto antiguo

En el antiguo Egipto, el concepto del bien y el mal estaba vinculado al orden cósmico, conocido como Maat. Maat representaba la verdad, la justicia y el equilibrio, y era el principio divino que sostenía el universo. Su opuesto era Isfet, el caos y la injusticia. El faraón tenía la tarea de mantener Maat, y la vida después de la muerte dependía de si una persona había vivido en armonía con este principio. Aunque no existía una dicotomía estricta entre bien y mal como en religiones posteriores, los egipcios tenían un claro sentido de justicia y desorden, y creían en la recompensa o castigo en la otra vida.

Mitología hindú (Vedas)

En la antigua India, antes de la aparición del zoroastrismo, los textos védicos, como los Rig Veda, hablaban de la lucha entre Devas (dioses) y Asuras (demonios o fuerzas del mal). Este conflicto reflejaba la tensión entre el orden divino y las fuerzas que intentaban destruirlo. Sin embargo, los Asuras no siempre eran vistos como inherentemente malvados, lo que muestra una comprensión más matizada del bien y el mal.

Mitología griega arcaica

Los griegos, antes del desarrollo de su filosofía moral en la época clásica, tenían mitos que expresaban la tensión entre el orden y el caos. Por ejemplo, en la Teogonía de Hesíodo, los titanes, que representaban fuerzas descontroladas de la naturaleza, son vencidos por los dioses del Olimpo, que instauran un nuevo orden en el cosmos. En este sentido, el conflicto entre el caos y el orden refleja una versión temprana de la lucha entre el bien y el mal. Además, los griegos tenían el concepto de Hýbris (desmesura o arrogancia), que era castigada por los dioses, lo que marcaba los límites del comportamiento moral aceptable.

Religión hitita

Los hititas, una civilización que floreció en Anatolia, también tenían conceptos de orden y caos en su religión. El dios Teshub, dios del cielo y de la tormenta, luchaba contra fuerzas como el dragón del caos, Illuyanka, en un mito que es similar a otras historias de dioses que enfrentan a criaturas del caos. Estos mitos reflejan una preocupación por el mantenimiento del orden cósmico y social, un tema recurrente en las religiones antiguas.

Aunque Zoroastro (Zaratustra) sistematizó y dio una forma más clara a la idea de un dualismo cósmico entre el bien y el mal (a través de Ahura Mazda y Angra Mainyu), estas ideas no surgieron en un vacío. El zoroastrismo recogió influencias de tradiciones más antiguas de la región de Mesopotamia y las desarrolló en una teología más formal. El zoroastrismo fue pionero en la creación de un dualismo ético y religioso, pero muchas culturas antiguas ya habían reflexionado sobre la lucha entre el orden y el caos, fuerzas que a menudo estaban asociadas a lo que eventualmente sería conceptualizado como el bien y el mal.

Ahora bien, el éxito del concepto del bien y el mal en el zoroastrismo, o al menos la lucha entre fuerzas opuestas como el orden y el caos, fue dar forma a un dualismo moral claro, que luego influiría en otras religiones, incluidas el judaísmo, el cristianismo y el islam.


El origen del bien y del mal en la cultura hebrea está profundamente relacionado con los textos bíblicos, especialmente con el relato de la creación en el Génesis, donde el mal se introduce en el mundo a través de la desobediencia de Adán y Eva al comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. En este contexto, el mal se presenta no como una fuerza externa, sino como una consecuencia de la libertad humana y la elección de rebelarse contra los mandatos divinos. El bien, en contrapartida, se alinea con la obediencia a Dios y su voluntad.

En la evolución del pensamiento judío, especialmente durante el exilio babilónico (siglo VI a.C.) y el posterior contacto con la cultura persa, se observa la influencia del zoroastrismo en algunas de las ideas sobre el bien y el mal. Zoroastro (o Zaratustra), el profeta fundador del zoroastrismo, predicaba un dualismo cósmico donde Ahura Mazda, la deidad del bien, estaba en constante lucha con Angra Mainyu, el espíritu del mal. Este dualismo moral y cósmico, donde el bien y el mal son fuerzas contrapuestas, influyó en las ideas esotéricas del judaísmo, especialmente en el periodo post-exílico.

Un texto que muestra la evolución de la idea del bien y el mal en el judaísmo es la historia de Balaam y el ángel de Dios, a quien en algunos relatos más tardíos se asocia con Satanás.

En el Libro de Números 22:21-35. Esta narración es parte del Antiguo Testamento y describe un episodio en el que Balaam, un adivino no israelita, es solicitado por Balac, rey de Moab, para maldecir al pueblo de Israel. Sin embargo, Dios se lo impide, interviniendo directamente en su viaje mediante un ángel.

El ángel mencionado en Números 22:21-35 es "satán". En el Antiguo Testamento hebreo, la palabra hebrea "satán" (שָׂטָן) se traduce como adversario o acusador, y no siempre tiene las connotaciones negativas asociadas a Satanás en el cristianismo posterior. La palabra "satán" se utiliza en diferentes ocasiones para describir a una figura que se opone o actúa como adversario. En el caso de Balaam, el ángel enviado por Dios actúa como adversario de Balaam en el sentido de oponerse a su camino o a sus acciones, ya que Dios quería evitar que Balaam actuara de forma incorrecta.

Aunque los especialistas generalmente sitúan la redacción final del Libro de Números en una época posterior al exilio babilónico (después de 586 a.C.), la mayoría está de acuerdo en que el texto contiene tradiciones y materiales más antiguos.

El texto de Números 22:21-35 es evidencia de una época en la que todavía la influencia del zoroatrismo no había tenido tanto efecto en los hebreos.

El zoroastrismo también introdujo conceptos como el juicio final, la resurrección de los muertos, y la batalla final entre las fuerzas del bien y del mal, que comienzan a aparecer en textos hebreos como el libro de Daniel. Sin embargo, es importante señalar que, en el judaísmo, Dios sigue siendo el soberano absoluto que controla tanto el bien como el mal (Isaías 45:7), lo que difiere del estricto dualismo zoroástrico. En resumen, aunque el zoroastrismo no modificó las creencias centrales del judaísmo, dejó una huella en su pensamiento apocalíptico y escatológico, donde el bien y el mal son vistos como fuerzas más claramente opuestas en la lucha cósmica por el destino final del mundo.

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